TERAPIA JÓVENES Y ADULTOS
La terapia es un viaje hacia nuestro interior lleno de valiosos aprendizajes. Puedes desarrollar más autocompasión y autoaceptación. Puedes ganar claridad sobre lo que quieres en la vida, en lugar de lo que crees que debes hacer. Puedes desarrollar una conexión más profunda y plena contigo mismo y con los demás. Puedes desarrollar patrones de pensamiento más saludables, que te ayuden en tu crecimiento. Puedes comenzar a soltar la culpa y la vergüenza. Puedes aprender a escuchar tu propia sabiduría y conocimiento internos, a confiar en tu intuición.
Y quizás lo más importante, puedes encontrar más presencia y significado en tu vida, lo que te va a permitir vivir de manera más auténtica y sentir más alegría, a la vez que podrás experimentar más integridad a pesar de los desafíos de la vida.
NOTA: Este índice es un resumen de los temas que habitualmente trato en consulta. Si lo que te ocurre o lo que sientes no está reflejado en esta lista, no significa que no te pueda ayudar. Si estás interesad@ en que trabajemos juntos, puedes ponerte en contacto conmigo aquí.
ANSIEDAD
Nuestro cerebro está preparado para buscar el peligro; nos avisa cuando siente que hay una amenaza de la que tenemos que defendernos o huir. Ese mecanismo es el que nos ha permitido evolucionar y sobrevivir como especie; esa es la ansiedad adaptativa. El problema es que la mayoría de las veces nuestra mente nos avisa de peligros que no son una amenaza real, y esto nos hace vivir en un estado de constante alerta. Esa es la ansiedad anticipadora: nuestra mente yendo más deprisa que la vida.
Si se ha creado el hábito de alarma en ausencia de peligros reales, nuestra mente pone en marcha casi de manera automática una respuesta de defensa, que consume mucha energía y acumula tensión. Además, esa tensión no se libera porque la amenaza no llega, pero el cerebro sigue avisándonos de que existe un peligro, por lo que sigue la orden de mantenernos alerta. De esta manera, la tensión acumulada acaba somatizándose: sensación de ahogo y falta de aire, taquicardia, boca seca, contractura muscular, molestias en el estómago, mareos, dolor de cabeza, visión borrosa, sudores, desmayos...
Como el cerebro sigue pensando que hay una amenaza acechándonos, nos manda todo tipo de señales, los síntomas de la ansiedad:
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Síntomas cognitivos: pensamientos repetitivos, negativos y amenazantes, preocupación constante por nuestra seguridad y la de los demás, miedo e inseguridad...
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Síntomas fisiológicos: taquicardia, sensación de ahogo y falta de aire, dolor en el pecho, molestias en el estómago, tensión muscular, sudores, visión borrosa...
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Síntomas conductuales: cambios de humor, conductas compulsivas (beber, fumar o comer de manera compulsiva), exceso de actividad, habla rápida...
La ansiedad siempre tiene algo que decirnos, y es importante aprender a escucharla. Si la ignoramos, aparecerá cada vez con más fuerza, y el malestar irá en aumento. La terapia nos ayuda a entender porqué aparece la ansiedad, de qué peligros nos está avisando y a distinguir si son peligros reales en el presente o si se está anticipando a posibles peligros futuros. También aprendemos estrategias para poder manejarla y entenderla mejor: técnicas de relajación y respiración, técnicas Mindfulness, técnicas de afrontamiento...
Algo muy importante: la ansiedad NO es algo incurable ni crónico. No tenemos porqué acostumbrarnos a vivir con constantes ataques de ansiedad o con medicación de por vida. La ansiedad se vuelve crónica porque no se aborda el problema, no porque sea en sí misma un problema crónico.
Los trastornos de ansiedad más frecuentes son: fobias, hipocondría, ataques de pánico, agorafobia, ansiedad social, ansiedad generalizada... El Trastorno Obsesivo Compulsivo y el Trastorno de Estrés Post-traumático ya no entran dentro de la categoría de trastornos de ansiedad, pero debido a que sus síntomas principales están relacionados con la ansiedad, están incluidos dentro de este apartado.
ATAQUE DE PÁNICO
El ataque de pánico ocurre cuando interpretamos erróneamente alguna reacción corporal o emocional y confundimos los síntomas de ansiedad con signos de una enfermedad grave. Por ejemplo, una taquicardia o dolor en el pecho, nos lleva a pensar que podemos estar sufriendo un infarto. Un fuerte dolor de cabeza lo podemos confundir con un tumor cerebral. Un dolor de estómago con un problema digestivo grave.
Después del primer ataque de pánico, que puede ocurrir porque estamos atravesando una época de mucho estrés, el sistema de alarma se activa y ante cualquier síntoma similar a la ansiedad, da la orden de entrar en pánico, para buscar una solución. Esto hace que la ansiedad aumente, los síntomas se hacen todavía más evidentes y el miedo crece. El ataque de pánico acaba provocando el "miedo a volverse loco" y a que no le tomen en serio porque piensen que está exagerando los síntomas o que se los está inventando.
Muchos ataques de pánico terminan en urgencias, donde les comunican que lo que les ocurre es "simple ansiedad". Aunque es cierto, y eso es una buena noticia porque significa que no se están muriendo, es importante comprender porqué ha ocurrido y recibir el tratamiento psicológico adecuado.
ANSIEDAD SOCIAL
Este tipo de ansiedad se caracteriza por un malestar físico, mental y emocional que provocan ciertas situaciones sociales en las que hay interacción con otras personas. El miedo a ser evaluado, examinado o juzgado por los demás provoca angustia, temor, tensión y preocupación, y esto hace que se intenten escapar de esas situaciones. Una entrevista de trabajo, una exposición en clase o una charla con desconocidos pueden provocar una ansiedad tan intensa que prefieren evitarlas. Cuanto más evitan, más miedo e inseguridad; y cuanto más miedo, más evitan. De nuevo el círculo vicioso evitación-ansiedad que agrava el problema.
Si no tratamos esta ansiedad social, puede acabar en fobia social, con síntomas más intensos y en un número mayor de situaciones.
FOBIAS
Una fobia es un miedo intenso hacia un objeto, una situación o un animal que objetivamente no son peligrosos para nuestra supervivencia. El miedo, al igual que la ansiedad, tiene su valor adaptativo porque nos protege de los peligros. Pero la ansiedad provocada por la fobia es demasiado intensa y, en lugar de ayudarnos, nos limita cada vez más. Empezamos a evitar lugares y situaciones que nos hayan provocado algún malestar anteriormente y, poco a poco, limitamos cada vez más nuestros movimientos por miedo a sentir otra vez esa ansiedad. De este modo, situaciones que en un momento dado nos produjeron una ansiedad moderada, acaban fácilmente en ataques de pánico. Es el círculo vicioso de la evitación y la ansiedad.
Hay diferentes tipos de fobias: a volar, a las alturas, a ciertos animales, a la oscuridad, a conducir, a la muerte, fobia social, agorafobia, claustrofobia...
AGORAFOBIA
La agorafobia no es el miedo a estar en lugares abiertos o públicos. La agorafobia es el miedo o pánico a estar en una situación o lugar del que no pueda salir si se encuentra mal o si quisiera irse. Es el miedo a tener un ataque de pánico en mitad de un concierto. El miedo a querer irse de una manifestación y no encontrar la salida. Es el miedo a sentir que se ahoga y que nadie pueda ayudarle. Es el "miedo al miedo".
TRASTORNO DE ANSIEDAD GENERALIZADA
(PREOCUPACIÓN EXCESIVA)
La ansiedad generalizada se da cuando la persona está constantemente preocupada por múltiples motivos y tiende a pensar en exceso sobre ellos (rumiación). Son preocupaciones sobre situaciones del presente (discusiones, conflictos, dinero, tareas pendientes) y también sobre situaciones futuras que podrían ocurrir (accidentes, problemas de salud o dinero). Este tipo de preocupaciones no ocurren porque tengamos un mal día o por un problema muy concreto que "nos quita el sueño". Ocurren porque se ha creado un hábito, probablemente desde hace tiempo, y ya no sabemos cómo pensar de otra manera.
HIPOCONDRÍA
(TRASTORNO DE ANSIEDAD A LA ENFERMEDAD)
La preocupación por nuestro estado de salud es algo natural y beneficioso para nuestro organismo, ya que hará que nos cuidemos más y llevemos un estilo de vida lo más saludable posible. Sin embargo, en ocasiones la preocupación puede llegar a ser desmesurada, y la excesiva atención que prestamos a nuestros síntomas, puede hacer que se agraven. Todo empieza por un dolor o una sensación en el cuerpo para la que no se encuentra explicación; normalmente se acude al médico y la ansiedad se reduce cuando descartan que haya algún problema. Pero si el síntoma vuelve, el miedo se multiplica, porque existe la posibilidad de que el médico haya pasado por alto algo importante. Cada visita al médico alivia la ansiedad a corto plazo, pero esa tranquilidad cada vez dura menos, y las consultas médicas ocurren cada vez más a menudo. Lo que comenzó como una preocupación sana por nuestra salud se convierte poco a poco en una espiral de miedo y ansiedad. Paradójicamente, muchos hipocondríacos acaban desarrollando una fobia a ir al médico, por miedo a que les diagnostiquen alguna enfermedad grave.
TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO
Obsesión y preocupación son dos conceptos diferentes. La obsesión es una idea intrusiva, una idea que no hemos tenido de forma voluntaria y que no reconocemos como propia, una idea que nos resulta extraña y que intentamos suprimir. Una manera de intentar que esa idea desaparezca es realizar una conducta, lo que llamamos compulsión. Esa compulsión produce alivio a corto plazo, porque desaparece la idea que nos había invadido, pero mantiene y agrava el problema a corto plazo, ya que crea el círculo vicioso obsesión-compulsión. No todas las compulsiones son conductas visibles como lavarse las manos o encender y apagar la luz; en ocasiones la compulsión puede ser evitar una situación o tener un diálogo mental constante para aliviar la ansiedad.
TRASTORNO DE ESTRÉS POSTRAUMÁTICO
Este trastorno puede ser el resultado de experimentar situaciones extremas y/o traumáticas, como una violación, un secuestro, un abuso infantil, un accidente de tráfico o de avión, una guerra o una catástrofe natural. Los síntomas característicos son la hipervigilancia, los flashblacks (escenas retrospectivas rememorando el acontecimiento traumático), conductas de evitación, ansiedad, ira y depresión.
DEPRESIÓN
La depresión se caracteriza por una profunda tristeza, sentimientos de abatimiento, infelicidad y culpabilidad, desesperanza o desmotivación, que hacen que perdamos la capacidad para disfrutar de las cosas y los acontecimientos de la vida cotidiana (anhedonia). También puede haber problemas para mantener la atención y la concentración en las tareas, bien sea en el trabajo o simplemente intentando leer un libro. Es común que aparezca la irritabilidad, que cambien los patrones de sueño, higiene y alimentación o que disminuya el interés por las relaciones sociales. El aislamiento cada vez es mayor, porque sienten que no tienen fuerzas para salir y enfrentarse al mundo, o simplemente porque ya no tienen ganas de relacionarse con los demás.
La percepción de uno mismo y del mundo está muy sesgada, lo que genera patrones de pensamiento negativos que agravan aún más el cuadro depresivo. Sienten que nada va a cambiar, que no pueden hacer nada para que la situación mejore y que nadie les puede ayudar. Poco a poco van quedando atrapados en esta espiral de desesperanza, y van perdiendo la confianza en ellos mismos y en la vida.
Es frecuente escuchar a una persona con depresión expresar que no entienden porqué se sienten así, que no tienen motivos porque no les ha pasado nada grave. Esto hace que aumente su sentimiento de culpabilidad y baja su autoestima, porque se ven "débiles". Otras veces sienten que nadie les entiende: los familiares o amigos pueden pensar que simplemente están cansados o hartos de todo, que necesitan unas vacaciones o que son demasiado sensibles. Pero la depresión es más que todo eso y es importante tratarla adecuadamente para que no se cronifique.
Normalmente no hay una causa única para la depresión. A veces ocurre tras un cambio importante en nuestras vidas (pérdida del trabajo, ruptura de la pareja, cambio de residencia, dar a luz...) y otras es el resultado de un cúmulo de muchas pequeñas circunstancias que han acabado por desbordarnos. En cualquiera de los dos casos, una de las tareas más importantes en el tratamiento de la depresión es analizar y cambiar los procesos mentales que caracterizan el pensamiento depresivo: pensamientos negativos polarizados, rumiación, sesgo negativo...
Al igual que en la ansiedad, la depresión NO es incurable ni tiene porqué ser crónica. Es cierto que hay un porcentaje de personas que fueron diagnosticadas de depresión que vuelven a padecerla. Esto ocurre porque el cerebro de las personas que han tenido previamente una depresión activa patrones de pensamiento negativo ante un estado de ánimo bajo en un determinado momento. Es decir, después de haberse recuperado de una depresión, si en algún momento sienten tristeza o falta de energía, pueden pensar que están cayendo otra vez en la depresión, lo que provoca más tristeza y frustración, aumentando así el riesgo de volver a sufrir una depresión. Una vez más, un círculo vicioso que desemboca en la profecía autocumplida.
ESTRÉS
El estrés es el proceso que se activa cuando percibimos una situación o un evento como amenazante o desbordante para nosotros, una sobrecarga. La percepción de amenaza va a depender del tipo de situación y de los recursos que tengamos para afrontar esa situación. Si la carga es objetivamente muy grande pero sabemos gestionarla, es poco probable que aparezca estrés. En cambio, si sentimos que nos faltan recursos (emocionales, técnicos, artísticos, personales...) es probable que aparezca el estrés, mucho más si la sobrecarga es excesiva. Por eso, aprender a gestionar el estrés es tan importante; nos ayuda a evaluar de forma diferente la situación y nuestra capacidad para hacerle frente, así como a manejar las dificultades de manera más resolutiva.
A menudo se confunde estrés con ansiedad. El estrés tiene más relación con el cansancio y el agotamiento que con un pensamiento anticipatorio catastrofista; si bien es verdad que puede acabar desembocando en ansiedad, no siempre ocurre. Los síntomas más frecuentes del estrés son: fatiga continuada, pérdida de apetito, agotamiento emocional, contracturas musculares, problemas para dormir, molestias estomacales e incluso afectar a nuestro sistema inmunológico.
Pero el estrés no siempre tiene consecuencias negativas; en múltiples ocasiones es una excelente oportunidad para poner en marcha nuevos recursos personales y establecer nuevos retos. Es el llamado "estrés positivo", cuando el resultado compensa nuestro esfuerzo.
ADICCIONES
La adicción aparece cuando se prioriza el consumo de la sustancia (cocaína, alcohol) o realizar una determinada conducta (jugar) a otras actividades (acudir al trabajo, cuidar de los hijos).
La dependencia es el último peldaño en la escalada del consumo: uso-abuso-dependencia. El uso es un tipo de consumo/actividad que, ya sea por la frecuencia, la cantidad o las implicaciones en su vida, no tiene consecuencias negativas inmediatas sobre la persona ni su entorno. El abuso implica consecuencias negativas directas para la persona o su entorno. La dependencia supone que la persona prioriza el consumo de la sustancia o realizar la actividad a otras cosas o personas importantes en su vida. Esto supone que lo que empezó como una experiencia esporádica, sin aparente importancia, se ha convertido en el centro de su vida, olvidando o descuidando todo lo demás.
Demasiado a menudo se minimiza la gravedad del uso de determinadas sustancias o de ciertas actividades, argumentando que "no es para tanto", "lo hago de tarde en tarde", "todo el mundo lo hace" y otras tantas más. El problema es que tenemos una sociedad en la que los adolescentes están adquiriendo el hábito de apostar dinero, de consumir marihuana y de beber demasiado alcohol. En los años 80 tuvimos el problema de la heroína, que era muy impactante por el enorme deterioro físico que sufrían los adictos. Después vino el consumo de cocaína, al que no se le dio tanta importancia porque sus efectos no eran, en apariencia, tan devastadores como la heroína. Fumar porros, tomar pastillas y experimentar con todo tipo de sustancias se ha normalizado hasta tal punto que las primeras etapas de uso y abuso suelen pasar totalmente desapercibidas. En nuestro país el consumo moderado de alcohol forma parte de la vida social, ¿quién no se toma de vez en cuando una cerveza o una copa de vino?
La mayoría de las personas acuden a consulta cuando ya están en la fase de dependencia, y con sus vidas muy dañadas. A veces vienen obligados por sus familiares y otras son ellos los que deciden pedir ayuda. Tenemos una idea muy concreta de lo que es "ser adicto", y por eso cuesta tanto dar el paso. Pero las adicciones pueden empezar desde bien pequeños, los niños que están totalmente enganchados a la consola y cada vez que se les obliga a apagarla se transforman por completo: chillan, pegan, suplican por cinco minutos más... Claro que la adicción a los 5 años es diferente que a los 20, pero el mecanismo cerebral es el mismo: el enganche. Es fundamental una detección precoz: cuanto antes detectemos el problema, menos dificultades para salir de la espiral de la adicción.
Adicciones con sustancia: alcohol, tabaco, cocaína, heroína, drogas de diseño, marihuana, medicamentos...
Adicciones sin sustancia: juego patológico, nuevas tecnologías (móvil, tablet, consola, ordenador), sexo...
TRASTORNOS DE LA ALIMENTACIÓN
Los trastornos alimentarios se caracterizan por alteraciones en la ingesta y una obsesión patológica por el aspecto físico y el control del peso. Son trastornos con origen en múltiples factores, con causas de origen biológico, psicológico, emocional, familiar y sociocultural. Cuando el trastorno se agrava, puede provocar consecuencias muy negativas tanto para la salud física como emocional de la persona, llegando en muchos casos a necesitar de internamiento hospitalario.
Este tipo de trastornos, a pesar de ser graves, tienen recuperación si la persona recibe tratamiento médico y psicológico especializado. Sin embargo, esto no siempre ocurre. Un rasgo habitual de los trastornos alimentarios es que las personas afectadas no tienen conciencia de enfermedad; es decir, no ven las consecuencias negativas que está teniendo en sus vidas, ni la necesidad de tratamiento ni tampoco cómo les iba a ayudar. Además, en los casos de extrema delgadez, el rechazo a aumentar de peso suele ser total y esa es la causa de que no quieran recibir ayuda. El trabajo conjunto con la familia y otros profesionales de la salud es fundamental para un buen pronóstico.
Los trastornos más conocidos son la Anorexia y la Bulimia, pero no son los únicos: Trastorno por Atracón, Trastorno Evitativo o Restrictivo, Trastorno Purgativo, Ortorexia (obsesión por la comida sana) o Vigorexia (obsesión por conseguir un cuerpo musculoso).
TERAPIA SEXUAL
Ante cualquier preocupación en el ámbito sexual, lo primero es descartar una causa orgánica. Una vez el médico especialista confirma que está todo bien, podemos comenzar la terapia sexual.
Lo ideal es que el sexo estuviera siempre relacionado con el disfrute, el placer, el dejarse llevar. Pero la realidad es que los complejos, las inseguridades, el miedo a no complacer y la obsesión por el orgasmo a veces estropean el momento. Combinar autoestima, respeto, diversión, disfrute, confianza, relajación, autoconocimiento, soltar el control... ese es el objetivo de la terapia sexual.
Hay muchos mitos respecto al sexo, muchas bromas entre amigos y muchos complejos por no tener la "suficiente experiencia". Asumir que un hombre siempre tiene que querer sexo y usar palabras como "triunfar" perpetúan ciertos mitos respecto a la sexualidad masculina. Una mujer que tiene molestias durante el sexo o que está incómoda con determinadas prácticas no tiene porqué sentirse avergonzada. La terapia sexual ayuda a desmontar mitos, a tener una relación más sana con nuestra propia sexualidad y a disfrutar del sexo en compañía.
Terapia sexual en las mujeres: anorgasmia, falta de deseo, vaginismo, dolor durante el coito (dispareunia)
Terapia sexual en los hombres: problemas de erección, anorgasmia, eyaculación precoz, eyaculación retardada...
ORIENTACIÓN E IDENTIDAD SEXUAL
Aquí podéis leer un artículo de la Asociación Americana de Psicología sobre orientación e identidad sexual, del que os dejo algunas ideas a continuación.
La orientación sexual es una atracción emocional, romántica, sexual o afectiva duradera hacia otros. Es independiente del sexo biológico, de la identidad sexual (sentirse hombre o mujer) y el rol social del sexo (roles culturales y estereotipos femeninos y masculinos). La conducta sexual no siempre refleja la orientación sexual: una persona heterosexual puede simplemente querer experimentar una relación homosexual, o es posible que una persona reprima su orientación homosexual por vergüenza o miedo al rechazo y tenga relaciones heterosexuales.
La orientación sexual incluye la heterosexualidad exclusiva (atracción sexual sólo hacia personas del sexo opuesto), la homosexualidad exclusiva (atracción sexual sólo hacia personas del mismo sexo) y diferentes formas de bisexualidad (atracción sexual, emocional y afectiva hacia personas del mismo sexo y del sexo opuesto).
Lamentablemente, todavía a día de hoy existe discriminación hacia las personas por su orientación, identidad o preferencias sexuales. Todavía hay terapeutas que practican las llamadas "terapias de conversión" para "curar" la homosexualidad. Ni la homosexualidad ni la disforia de género son enfermedades mentales, por lo tanto no necesitan cura. Lo que sí pueden necesitar es apoyo o asesoramiento; a veces los menores de edad no saben cómo hablar de este tema con sus familias o tienen miedo de la reacción de sus amigos. A cualquier edad, pueden surgir dudas o sentimientos encontrados, quizás por razones culturales, religiosas o de educación. Pero no hay que olvidar lo más importante: nadie tiene derecho a decirnos cómo tenemos que sentirnos ni a quién tenemos que querer. Y nadie, nunca, bajo ningún concepto, tiene derecho a insultar ni a llamar enfermo mental a nadie por su orientación o identidad sexual. Todos tenemos derecho a sentirnos cómodos en nuestro propio cuerpo.
PROBLEMAS PARA DORMIR E HIGIENE DEL SUEÑO
Las preocupaciones diarias, el estrés, hábitos alimenticios poco saludables, un consumo excesivo de café y otros excitantes del sistema nervioso , la ansiedad, efectos secundarios de medicamentos, un entorno poco propicio para el descanso o unos hábitos irregulares del sueño son algunas de las causas más frecuentes de los problemas para dormir.
El sueño es una necesidad biológica que permite reparar las funciones físicas, cognitivas y psicológicas esenciales para nuestro buen funcionamiento: durante el sueño se producen cambios hormonales, cardiovasculares, respiratorios, bioquímicos, metabólicos y de temperatura, entre otros. Una buena calidad del sueño tiene numerosos beneficios: mejora la memoria y la creatividad, protege nuestro corazón, aumenta la producción de serotonina (neurotransmisor encargado de regular el estado de ánimo), fortalece nuestro sistema inmunitario...
De la misma manera, una mala calidad del sueño o una falta de horas de descanso puede tener repercusiones en nuestra salud física, cognitiva y psicológica. Son muchos los estudios que han demostrado los efectos de no descansar lo suficiente: alteraciones de la memoria, poca capacidad de atención y concentración, alteraciones en el estado de ánimo (irritabilidad, ansiedad, depresión), cansancio constante, deterioro del sistema inmunitario, variaciones en el ritmo cardíaco y riesgo de infartos, alteraciones neurológicas...
La higiene del sueño son unas pautas que ayudan a llevar unos hábitos más saludables y unas rutinas que ayuden a tener un sueño de calidad. Además, es importante trabajar el estrés, la ansiedad o las preocupaciones que puedan estar impidiendo un buen descanso.
DUELO: ATRAVESANDO EL DOLOR Y LA PÉRDIDA
El duelo es una etapa que atravesamos cuando experimentamos la pérdida de alguien o algo muy importante para nosotros, al que nos unían profundos vínculos emocionales. A lo largo de nuestras vidas probablemente experimentemos varios procesos de duelo: pérdida de un ser querido, ruptura de pareja, mudarse a una casa nueva o a otro país, cambio de trabajo... El duelo es algo natural, es humano sentir dolor ante la pérdida, ya sea física o emocional; no es una patología ni algo que necesite cura. El duelo necesita tiempo y apoyo. Tiempo para procesar los cambios y para reconstruirnos como personas, tiempo para adaptarnos a la nueva situación. Y también apoyo de sus personas cercanas, que le acompañen en el proceso y que le permitan expresar sus emociones. En el duelo hay que aprender a gestionar la pérdida, nuestras emociones y el día a día.
Durante el proceso de duelo es perfectamente natural sentir tristeza, culpa, enfado, soledad e incluso momentos de insensibilidad, como si estuviéramos en "shock". Es una época de confusión, de no acabar de creernos lo que ha ocurrido, constantemente nos vienen imágenes que nos recuerdan lo que hemos perdido. En muchas ocasiones hay problemas para dormir, pérdida de apetito, ganas de estar solos y de llorar... Y eso está bien. Todo está bien. Llorar es una de las formas más sanas de canalizar la tristeza.
Pero en algunos casos, el duelo puede complicarse y cronificarse hasta el punto de llegar al "duelo traumático": duelos que se alargan por un período de tiempo demasiado prolongado, duelos que aparecen después de haber pasado mucho tiempo desde que ocurrió la pérdida (duelos retardados) o duelos excesivamente intensos. En ocasiones la persona se muestra excesivamente fría, parece que ni siente ni padece, y este estado emocional se prolonga en el tiempo.
Es necesario atravesar el dolor por la pérdida. No hay otra manera de superar el duelo, no hay atajos. Pero sí hay redes de apoyo para ayudar a la persona en esta época difícil de su vida. La familia y los amigos pueden ser un gran grupo de apoyo. Y un psicólogo puede ayudarle a recorrer el camino allá donde sus seres queridos ya no pueden llegar. La terapia psicológica ayuda a tomar conciencia de la pérdida, a explicarle las fases naturales del duelo, a que vea su futuro con esperanza y sobretodo, darle todo el apoyo que necesite mientras atraviesa las emociones difíciles.
DOLOR CRÓNICO Y AFRONTAMIENTO DE ENFERMEDADES
El dolor crónico es aquel que persiste después de que la lesión haya desaparecido o incluso puede aparecer en ausencia de lesión. Cuando se experimenta dolor en ausencia de un motivo "objetivo" para ese malestar no significa que la persona esté exagerando o fingiendo; significa que su cuerpo le está enviando señales de dolor como si hubiera una lesión y por eso sufre como si la tuviera.
Las terapias de tercera generación han demostrado una gran eficacia en el tratamiento del dolor crónico, especialmente Mindfulness para liberar del sufrimiento y aprender a vivir con el dolor y la enfermedad. Mindfulness promueve las actitudes de observación, curiosidad, aceptación y compasión tan necesarias para poder vivir (que no sobrevivir) con el dolor crónico y la enfermedad. Ayuda a activar nuestro sistema de calma, lo cual nos ayuda a darnos a nosotros mismos el apoyo y la compasión que necesitamos, proporcionando un alivio emocional muy necesario para las personas que viven situaciones de dolor o enfermedad.
Además, también es importante prestar atención a las emociones que pueden aparecer ante un diagnóstico médico como la fibromialgia o el cáncer. Es frecuente sentir ansiedad, miedo, estrés, rabia, frustración, tristeza, enfado o desesperanza. Normalmente tendemos a evitar estas emociones, pero es importante permitirnos sentirlas, permitir que se expresen y atravesarlas de la mejor manera posible. Cuanto más evitemos una emoción, más fuerte se expresará y más tiempo se quedará con nosotros.
DESARROLLO PERSONAL
Aprender a comunicarnos mejor, a tener relaciones más sanas con amigos y pareja, a sentirnos mejor con nosotros mismos, a adaptarnos a los cambios, a tener una mente un poquito menos rígida...
AUTOESTIMA
La autoestima es la percepción que tenemos de nosotros mismos, la evaluación que hacemos de nuestra capacidad, aspecto físico, forma de ser... Todos tenemos una imagen mental de quiénes somos, qué aspecto tenemos, en qué somos buenos y qué aspectos nos gustaría cambiar; el problema es que muchas veces esa imagen que tenemos de nosotros mismos está distorsionada, no se ajusta a la realidad. Comenzamos a compararnos con otras personas y con sus logros, nos convencemos de que tenemos que tener un aspecto físico determinado para ser valiosos, nos machacamos por nos ser "lo suficientemente..." (buenos, amables, guapos, delgados, altos, inteligentes...).
La autoestima se forma desde la infancia, cada experiencia de la vida va conformando la imagen que tenemos de nosotros mismos. La familia, los compañeros de colegio, los profesores y los amigos van proporcionando formas de autoevaluarnos que vamos interiorizando y automatizando. Así, si desde bien pequeños hemos oído que lo importante es ganar, nos sentiremos unos perdedores cuando quedemos en segundo lugar, porque no hemos sido "lo suficientemente buenos" como para quedar los primeros. Quizás pensamos que no tenemos derecho a dar nuestra opinión porque no tenemos nada importante que decir o que no vamos a encontrar a nadie que nos quiera y por eso nos "conformamos" con la primera persona que nos da un poco de cariño.
Es uno de los pilares fundamentales para el bienestar personal y suele estar a la base de muchos problemas que aparecen en consulta psicológica: problemas de pareja, inseguridad, miedo a expresar mi opinión por si alguien se molesta, necesidad de caer bien, complejos físicos y problemas de alimentación... El trabajo de la terapia puede ayudarte a entender el porqué de tu baja autoestima y cómo cambiar tu forma de evaluarte, para construir una buena autoestima, clave para relacionarnos con nuestro entorno de manera sana.
HABILIDADES SOCIALES
Las habilidades sociales son un conjunto de conductas (verbales y no verbales) aprendidas a lo largo de nuestra vida, que nos permiten interactuar y relacionarnos con los demás de manera efectiva y satisfactoria; al ser habilidades aprendidas, se pueden potenciar y desarrollar día a día con la práctica. Unas buenas habilidades sociales nos ayudan a convivir en armonía, a poder compartir experiencias, a comunicarnos con respeto y a ser capaces de llegar a acuerdos. Todo esto repercute en nuestra calidad de vida, mejorando significativamente nuestras relaciones profesionales y personales, y teniendo una mejor salud física, mental y emocional.
A grandes rasgos, la falta de habilidades sociales se refleja en tres formas de relacionarnos con los demás: inhibidos, agresivos y pasivo-agresivos. La persona inhibida o pasiva no suele expresar lo que siente o piensa, bien porque siente que no tiene derecho, porque cree que no es importante o porque tiene miedo de una reacción negativa por parte de los demás. Tienden a evitar los enfrentamientos y su prioridad es que todo el mundo esté contento, que nadie se enfade con ellos y que no haya conflictos. La persona agresiva suele decir lo primero que se le pasa por la cabeza, expresa lo que lleva dentro sin tener en cuenta los sentimientos de los demás. No se para a pensar en cómo puede afectar a otros lo que dice, porque se siente con derecho a expresar su opinión, moleste a quien moleste. Suelen usar lenguaje (verbal y no verbal) dominante, amenazador o exigente. Las personas pasivo-agresivas van de un extremo a otro: se callan y tragan hasta que un día no pueden más y explotan. Después se sienten mal por la reacción excesiva que han tenido y vuelven al otro extremo, aguantando de nuevo sin expresar sus sentimientos y llenando el vaso hasta que de nuevo rebose y vuelva a explotar.
La persona asertiva es capaz de expresar lo que piensa, sus emociones y sus necesidades, sin herir a la otra persona, sin intentar convencerla ni coaccionarla, y respetando que cada persona puede, y de hecho tiene, una opinión diferente. La comunicación asertiva implica empatía, tener en cuenta las emociones de los demás y entender que cada persona reacciona de manera diferente ante las situaciones.
Algunas de las habilidades sociales que potenciamos con el trabajo terapéutico son expresar emociones (amor, gratitud, enfado, decepción), iniciar y mantener conversaciones, hacer peticiones, realizar y aceptar cumplidos o rechazar favores. Aprender habilidades sociales supone adquirir nuevos hábitos de comunicación y también trabajar con todos aquellos factores que puedan estar afectando a nuestra forma de relacionarnos con el entorno: autoestima, ansiedad, inseguridad, educación familiar...
DEPENDENCIA EMOCIONAL
La dependencia emocional es una consecuencia del miedo a la pérdida: miedo a la ruptura de pareja, miedo a perder el afecto de un amigo, miedo a no tener el apoyo de la familia. Esta dependencia nos lleva a necesitar a terceras personas, sentimos que sin ellas no podemos avanzar. La dependencia emocional va mucho más allá de la necesidad que el ser humano tiene de relacionarse; es un miedo extremo a perder ciertos lazos emocionales sin los que siente que no podría vivir. Esto hace que en muchas ocasiones se establezcan relaciones de (peligrosa) desigualdad, entre una persona más dominante y segura, y otra más dependiente que necesita cariño.
Se habla mucho de la dependencia emocional en la pareja, pero también se da en el círculo familiar y en las relaciones sociales. En cualquiera de los casos, uno de los problemas de base que está reforzando las relaciones de dependencia es una baja autoestima, un pobre concepto de uno mismo, la creencia de que por sí mismos, no son suficientes. Las comparaciones con los demás, con el tipo de relaciones que tienen, la cantidad de amigos, si caen mejor o peor, si gustan más o menos... son factores que refuerzan la idea de que tenemos que "encajar" y haremos lo que haga falta para no perder el apoyo que tenemos.
FLEXIBILIDAD MENTAL
Uno de los mayores problemas que tiene el ser humano es el pensamiento rígido. Tendemos a pensar que sólo hay una verdad, una manera correcta de hacer las cosas, y esto hace que no veamos otras posibles formas de actuar. Siempre hay algo nuevo por aprender, algo que desconocemos, y una mente rígida se resiste a lo que no conoce.
La vida está hecha de resistencias e incertidumbres, y la resiliencia es la capacidad que tenemos para afrontar los cambios y dificultades que se presentan en la vida. Una de las herramientas que más ayuda para manejar la incertidumbre y los problemas cotidiano es la flexibilidad cognitiva, es decir, tener una mente flexible. Esta cualidad nos ayuda a pensar en opciones diferentes, a explorar nuevos caminos, a tener en cuenta distintas perspectivas o a recurrir a soluciones creativas; nos ayuda a tolerar mejor los cambios y a adaptarnos mejor a diferentes situaciones. Nos permite desarrollar la empatía y desprendernos de prejuicios adquiridos.